A un par de horas de Nueva York, en uno de sus lugares favoritos, Matías Cuevas descansa en la playa. Antes de partir a una residencia en la isla de Lamu, África, en un viaje para artistas, dialogó con ÚNICO en lo que resultó ser una confesión filosófica sobre su quehacer cotidiano: el arte.
Matías creció en Dalvian, en el seno de una familia conectada con la pintura y realizó sus estudios superiores en la Universidad Nacional de Cuyo. Luego, recibió su maestría en el Instituto de Arte de Chicago y desde entonces se introdujo a paso firme en las exposiciones y galerías más importantes del mundo. Su trabajo ha sido exhibido en El Museo del Barrio, Lehmann Maupin Gallery, Leyendecker Gallery y The Green Gallery, entre otros.
Su estudio —un loft amplio, con techos altos y ventanas grandes, de corte industrial— se encuentra en Long Island City, Queens, y es el espacio donde Cuevas, de manera metódica y organizada, mas lúdica, realiza sus obras. Su innovadora técnica consiste en teñir y prender fuego alfombras de nailon usando diluyentes de pintura tradicionales y pintura acrílica, lo que da como resultado piezas únicas que parecieran surgir de un instinto puro, profundo, visceral de creación.
A continuación, compartimos las reflexiones de Matías Cuevas, el artista del fuego.
¿Cómo fue desarraigarte de Mendoza?
La luz y la elegancia austera del paisaje mediterráneo de Mendoza se encuentran siempre presentes en mí y en mi obra de diversas maneras. Así que de desarraigo como tal, no sé si pueda hablar porque siento que mis raíces siempre van a estar en Mendoza y/o en Argentina de alguna forma u otra. Mis ramas o mi copa, quién sabe, mientras más se muevan, mejor. De todas maneras, me pasaron mil cosas cuando me fui y el camino no fue para nada lineal. Por ejemplo, algo que fue muy intenso y un gran desafío —diferencias culturales aparte— fue tener que empezar completamente de cero 3 veces en 3 ciudades totalmente distintas (Chicago, DC, Nueva York) en un lapso de 4 años.
¿Cómo llegaste a formar parte del Museo del Barrio?
Al poco tiempo de que me mudé a Nueva York, la curadora del Museo del Barrio se enamoró de un par de obras mías que vió en una exhibición y luego me escribió diciendo que quería visitar mi estudio. A partir de ahí me invitaron a formar parte de la Bienal y un par de años después me invitaron a formar parte de otra exhibición.
Como artista y como persona, creo que las cimas como tales no existen, están en todos lados y en ninguno al mismo tiempo.
Nueva York: ¿es la cima de un artista?
Nueva York es, con seguridad, la puerta de entrada al parque donde se encuentra la montaña más alta, o la que la mayoría sueña con escalar algún día. Yo llegué a Nueva York de manera orgánica, un poco al azar te diría. Una cosa llevó a la otra, y un día me encontré viviendo ahí, perdidamente enamorado de la ciudad. Como artista y como persona, creo que las cimas como tales no existen, están en todos lados y en ninguno al mismo tiempo. Creo más en el valor de las distintas experiencias por las que uno atraviesa a través del tiempo, y en la capacidad que tiene una persona para transformar y trasladar el valor de las mismas a los distintos planos de su vida. En este sentido, “la cima” es simplemente tener la posibilidad de ser parte de la conversación y/o del mundo en tiempo presente. Es tener la oportunidad de conectar con otras personas que aman lo que hacen tanto como yo, de generar vínculos estrechos y la confianza suficiente para que me pasen la pelota y así tener la posibilidad de sumar pegándole al arco o tirando un par de gambetas. Es llegar y conectar a través de mi obra con la mayor cantidad de personas posible. Y si bien Nueva York tiene todas las condiciones necesarias para hacer todo esto posible, uno no necesariamente tiene que estar ahí para alcanzarlo. Claro que tener la posibilidad de visitar MoMA, o el Met, o el Whitney, o el New Museum, o la infinidad de galerías que tiene la ciudad cuando se te da la gana; es un privilegio y puede contribuir significativamente al crecimiento de uno como artista. Aun así, creo que un artista, si se lo propone, puede desarrollar su potencial al máximo y contribuir a la conversación desde cualquier lugar del mundo. Al final del día, lo más positivo de estar en Nueva York es que la gente no te mira como si fueses un inadaptado social cuando les decís que sos artista. Todo lo contrario, te hacen mil preguntas y quieren saber más sobre tu vida, tu obra, las ideas detrás de la misma, etc.
Me interesa mucho la idea de que el fuego contiene dos de los principios esenciales a la identidad de todo ser humano, el de la creación y la destrucción.
¿Cuál es el panorama para los artistas latinoamericanos en NY?
Tiene mucho potencial. Y aunque por el momento se encuentra algo limitado, se presenta muy prometedor a largo plazo.
Tengo entendido que utilizás una curiosa técnica. ¿Querés contarnos de qué se trata?
Es algo que inventé yo, por lo tanto es muy personal y único en cierta medida. Alrededor del final de mi maestría en el Instituto de Arte de Chicago, en una época de mucha incertidumbre, tuve una suerte de epifanía mientras estaba comprando unas cosas para mudarme de departamento. Así fue como dejé los óleos y el lienzo de lado y compré mis primeras alfombras. Luego de un largo período de intensa experimentación, empecé a salpicar/derramar/verter y prender fuego una mezcla de diluyentes de pinturas sobre alfombras de nylon con la intención de transformar el material y crear una serie de texturas y dibujos abstractos a través de una liberación energética. Los diluyentes, al ser inflamables, son muy volátiles y se prenden fuego con mucha rapidez. Así, el fuego derrite y marca la alfombra solo en las zonas afectadas por los diluyentes, generando una variedad de texturas y dibujos de un carácter muy orgánico y lúdico. Las cualidades formales y físicas de estos dependen tanto del azar como del tipo de alfombra que use, la forma del recipiente con el que arrojo los solventes, el tiempo de quemado, la humedad del ambiente, las corrientes de aire, y otras variables. El proceso es muy metódico y requiere de una preparación y un nivel de energía muy particular previo a la ejecución de cada obra. Es un proceso muy similar al que atraviesa un actor, en el sentido de que requiero de una preparación física y mental muy fuerte, casi ritual.
El fuego es todo y somos todos. Al igual que una alfombra, el fuego es algo accesible y que entiende cualquier persona, no hace falta tener una maestría en historia del arte o pintura contemporánea para entenderlo. Como progenitor de nuestra civilización, el fuego es el origen del conocimiento y todas las artes, ergo me gusta pensar que cada fuego que hago o veo contiene el conjunto infinito de todas las experiencias humanas. Desde un punto de vista filosófico, me interesa mucho la idea de que el fuego contiene dos de los principios esenciales a la identidad de todo ser humano, el de la creación y la destrucción. En un plano más personal, y como argentino, tengo una relación muy particular y cercana con el fuego desde mi infancia, la cual me ha permitido experimentar el poder transformador del mismo como una herramienta o medio de expresión cultural muy fuerte. En este sentido, a veces veo el fuego como un símbolo de amor fraternal y de libertad de expresión. Y por último, algo que siempre me ha fascinado desde chiquito sobre el fuego es el hecho inevitable de que frente al mismo, todos somos iguales, tan perfectos como vulnerables.
El significado de una obra de arte es una construcción social, el cual se genera en el tiempo a través del diálogo y el consenso entre todas las partes envueltas.
¿Tus obras tienen significado?
Yo soy de los artistas que piensan que el significado de una obra de arte es una construcción social, el cual se genera en el tiempo a través del diálogo y el consenso entre todas las partes envueltas. En este sentido, todas las interpretaciones que un espectador pueda hacer de mi obra son válidas y perfectas en sí mismas. Lo importante para mí al final del día, no es controlar de manera autoritaria la narrativa de mi obra, sino incorporar las distintas experiencias de vida que puedan volcar los espectadores sobre la misma, y aprender de estas y así crear algo en conjunto a largo plazo. Una de las cosas más lindas de ser artista es tener la posibilidad de crear oportunidades para que otras personas se sientan contenidas y tengan la posibilidad de expresarse libremente.
¿Cuál es tu rutina de trabajo?
Varía según la época del año, la semana, el proyecto u obra en la que me encuentro trabajando. Pero en general soy bastante metódico y organizado.
¿Trabajás cuando estás inspirado o tenés una rutina?
Vivo inspirado, ergo se podría decir que trabajo las 24 horas del día los 365 días al año. Ser artista es, sobre todas las cosas, un estilo de vida.